Hace unas semanas tuve la oportunidad de leer un libro titulado “El ego es el enemigo” de Ryan Holiday (Editorial Paidós). En él su autor a través de diferentes anécdotas de personajes históricos y empresarios de éxito nos relata cómo el ego puede afectar muy negativamente a nuestros proyectos y sueños vitales.
La lectura de este libro me hizo reflexionar mucho acerca del efecto que puede tener el ego sobre nuestras finanzas personales y particularmente sobre nuestras inversiones.
Cuando hablamos del ego normalmente lo hacemos de manera despectiva para referirnos a la cualidad de valorarnos demasiado, de pretender ser los mejores y querer conseguir todo más rápido y en mayor cantidad que nadie.
El ego por tanto trata de ponernos en el centro de todo y pensar que lo que hacemos es lo mejor.
Esto, como en otras facetas de la vida, puede afectar muy negativamente a nuestra inversión.
De hecho, para tener éxito a la hora de invertir puede ser mucho más importante controlar nuestro ego que el conocimiento que pudiéramos tener. O creamos tener.
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El ego de los inversores
«Detrás de cada objetivo está el impulso de ser feliz y sentirse satisfecho, pero cuando el egocentrismo toma el control, nos desviamos del camino y terminamos en otro lugar totalmente distinto»
– Ryan Holiday
En primer lugar conviene recordar que la mayoría de grandes inversores que han tenido éxito siempre han hecho gala de una notable humildad cuando les ha tocado enfrentarse al mercado.
De esta manera, muchos años de experiencia y diferentes errores cometidos han forjado leyendas de la inversión como Benjamin Graham, Jack Bogle o Warren Buffet.
Estos inversores, además, han compartido con el mundo entero sus conocimientos y habilidades a través de sus libros y conferencias.
Y lo contrario, existen multitud de inversores que piensan que sus rentabilidades extraordinarias son solamente mérito suyo. Sin embargo, esto no es así pero el ego les ciega y con el tiempo les puede llevar a cometer alguno de los errores que vamos a ver más adelante.
En definitiva, es muy habitual en el mundo de la inversión (y todavía más en el de la especulación) que exista una notable competencia marcada por el ego con el afán de superar al mercado o a las rentabilidades de tal o cual estrategia.
Normalmente este comportamiento tiene un recorrido muy corto y no suele prolongarse mucho en el tiempo. El mercado termina poniendo a cada uno en su sitio sistemáticamente.
Algunas maneras en las que el ego puede afectar a nuestra inversión
En conjunto podemos hablar de seis maneras en las que el ego puede influir en nuestra inversión. Las vamos a ver a continuación.
Creer que sabemos más que el mercado
En este caso podemos hacer movimientos de compra o venta queriendo anticipar los movimientos del mercado. A esto se le llama en el argot financiero market timing y como ya hemos comentado en otros artículos del blog puede terminar siendo un juego de perdedores.
Este market timing se puede dar en dos direcciones principales.
Por un lado podemos vender pensando que la bolsa no va a subir más ya que ha subido mucho y consideramos que es suficiente. Entonces nos encontramos con que no es así y sufrimos lo que se llama el coste de oportunidad porque sigue subiendo y perdemos todas esas ganancias al haber vendido demasiado pronto.
Otra característica es comprar cuando está demasiado caro un activo y nos dejamos llevar por el ego que nos susurra ¿cómo te vas a perder esta oportunidad tan maravillosa?
En realidad, cuando compramos ya es demasiado tarde, ya no sube más y enseguida se viene abajo como un castillo de naipes. Normalmente esto ocurre con activos que no conocemos y que además tienen una alta volatilidad como ocurre en el caso del bitcoin.
Otro fenómeno es el de comprar cuando la bolsa creemos que ha caído mucho y sin embargo continua cayendo.
Una gran parte de estos movimientos no son racionales sino que están guiados muchas veces por emociones extremas como la codicia o el pánico. Al final, simplemente es imposible predecir lo que va a pasar.
Para mitigar este sesgo emocional existe una estrategia no solamente muy cómoda sino muy efectiva como es el DCA (dollar cost averaging). Esta estrategia básicamente consiste en realizar compras periódicas independientemente de lo que haga el mercado.
Se promedia así el precio que pagamos por acciones o participaciones. Además, tiene la ventaja de que nos va a permitir reducir las compras/ventas impulsivas.
Pensar que nuestra estrategia es la mejor
A veces pensamos que nuestra estrategia de inversión es perfecta y que es el mercado y los demás quienes se equivocan. Esto en principio no tiene por qué afectar a los resultados de la inversión durante un tiempo. Al fin y al cabo es muy importante estar a gusto con nuestras decisiones financieras y dormir bien por las noches.
Sin embargo, esta complacencia puede restar flexibilidad para posibles cambios y retoques de nuestra cartera que sean necesarios en el futuro.
No deberíamos olvidar que los esquemas se suelen romper con frecuencia ante cracs bursátiles, desapariciones de empresas, etc. Será en esos momentos difíciles cuando recibamos una cura de humildad y nos acordemos de poner remedio para la próxima vez.
No reconocer nuestros errores
Así como pensamos que nuestra estrategia es óptima, también un excesivo ego puede provocar que no reconozcamos que nos hemos equivocado ante determinadas decisiones de inversión.
Algunos errores que podemos cometer son:
Realizar una asignación de activos incorrecta
Nuestra cartera no refleja nuestra tolerancia al riesgo y cuando hay correcciones importantes lo podemos pasar muy mal si por ejemplo hemos invertido demasiado en renta variable.
Invertir en activos que no conocemos
Este es un error muy común. Muchas veces nos podemos dejar llevar por comentarios, tweets o noticias. Para evitar esto conviene aprender todo lo posible o asesorarse lo mejor que podamos.
Pretender rentabilidades demasiado elevadas en poco tiempo
El ego también nos puede cegar ante la posibilidad de obtener beneficios muy rápido.
Estos errores normalmente son muy dañinos porque pueden hacernos perder cantidades muy grandes. Además, puede que cuando nos demos cuenta ya sea demasiado tarde.
Casi lo peor de todo es que, como resultado, no queramos volver a invertir durante el resto de nuestra vida.
Exceso de confianza
El ego muchas veces se manifiesta en la forma de un exceso de confianza hacia la economía, nuestro futuro financiero o nuestras habilidades como inversores.
De hecho, con frecuencia, no nos permite apreciar la realidad que a veces no queremos ver. Esto ocurre cuando nos obstinamos en querer obtener rentabilidades que son irreales y para ello invertimos en cosas que no conocemos.
Esta actitud nos puede llevar a perder dinero (y tiempo) con mucha facilidad.
También puede suceder que busquemos seguridad en nuestros ahorros. Entonces damos con fondos o depósitos que nos llevan a perder dinero año tras año debido a la inflación o a los costes.
En este caso el ego nos mantiene anestesiados, sin ser capaces de reaccionar y reconocer que necesitamos aprender cómo poner a trabajar mejor a nuestro dinero.
Buscar la complejidad
Muchas veces nuestro ego nos empuja también a buscar las estrategias y productos de inversión más complejos, más enrevesados. Estos productos adulan nuestra inteligencia detrás de nombres sofisticados que en realidad solamente sirven para conseguir más publicidad. Y subir los costes.
Por ello, sí, podemos sentirnos satisfechos por invertir en un producto muy sofisticado pero a cambio de pagar más comisiones y con ello obtener menor rentabilidad.
Si además no conocemos bien en qué consisten estos productos puede que incluso pongamos en peligro nuestra inversión.
Controlar todo
Al ego le gusta tenerlo todo controlado. Esto incluye también todos los aspectos de la inversión y sin embargo, esto es imposible. No tenemos toda la información que tiene el mercado por lo que siempre tendremos que esperar unos resultados que casi nunca se van a ajustar a nuestros planes.
A pesar de todo, hay dos factores en los que siempre podremos influir para mejorar los resultados de nuestra inversión. Estos dos factores son los costes y la asignación de activos.
Por un lado, siempre podemos intentar conseguir un producto que tenga los costes más bajos posibles ya que esto redundará en una mayor rentabilidad que notaremos a largo plazo.
Por otro lado, la proporción entre renta variable y renta fija en nuestra asignación de activos también es un factor muy importante que también podemos controlar.
Conclusión
El ego es como una sombra alargada que nos persigue constantemente a la hora de invertir. Muchas veces se disfraza de codicia, de miedo o auténtico pánico. En cualquier caso siempre irá contra nuestros intereses.
Quizás la mejor manera de contrarrestar su efecto sea formarnos mejor aceptando con humildad que superar al mercado es muy difícil. Incluso con la mayor sofisticación y complejidad matemática de algoritmos o inteligencia artificial…
En cualquier caso, deberíamos reconocer que nuestras opiniones y certezas sirven de poca cosa. Será el mercado el que en última instancia nos mostrará que nos hemos equivocado… o no.
¡Hasta pronto!
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Imagen destacada: geralt